Aprendendo a navegar à vela: e correr regatas
H. A. Calahan

Este foi o livro de cabeceira de muitos antigos e bons velejadores do mundo todo. A primeira edição foi para o prelo em 1932, nos EUA. O exemplar que eu tanto li e reli – e que tenho até hoje - é de 1948, publicado na Espanha e adquirido em 1955.
Em seu capítulo primeiro, o mestre Calahan diz o seguinte:

 

“Aquí en tierra, la vida es aglomeración; afuera, sobre el agua, está la libertad.
Aquí, el mundo nos acompaña demasiado; allá fuera estamos solos. Una milla lejos y nos encontramos en un mundo exclusivo para nosotros! Y qué mundo! Un mundo de agua, viento y cielo. Un mundo de inagotable y proteica belleza. Un mundo lunático y caprichoso, quizás, pero siempre noble y cabal. A veces, temible; a veces, benigno; triste, a ratos; alegre, otros; alguna vez, deprimente, amenazador, loco y peligroso; pero siempre dando noblemente la cara, jugando la partida a cartas descubiertas, con tal que, al verlas, las conozcamos.

De las cosas construidas por el hombre, ninguna hay tan atractiva como un barco de vela; es algo vivo, con alma y sentimiento propios; obediente como un caballo de silla, leal como un perro y razonable a carta cabal.
Cada barco de vela tiene un carácter individual. Ningún constructor ha logrado hacer dos embarcaciones exactamente iguales. Las medidas pueden ser las mismas; la diferencia está en su temperamento.

Los veleros son juiciosos. Demuestran una profunda sagacidad, nacida del viento y de las olas. Y confieren esta sagacidad a un timonel atento y cuidadoso.
Sí, son juiciosos. Si eres mezquino o vil, cobarde o descuidado, egoísta, soberbio o cruel, puedes estar seguro de que la embarcación lo descubrirá.

Aun en el apuro de la tempestad o la adversidad, ningún barco ha dejado de hacer el máximo esfuerzo cuando se lo ha pedido su patrón. Tal vez sea un esfuerzo de poca monta. Puede ser viejo, podrido y hacer agua como una canasta. Sus desventajas tal vez sean abrumadoras. Pero siempre, siempre, entrará gallardamente en batalla, ganará si es posible, y, si no, morirá luchando.
Manejar esta gloriosa creación humana, ser su dueño y su amigo, internarse con ella en el retador y caprichoso reino del mar, es la más noble e mejor compensadora de las artes.

Porque da más de lo que se puede adquirir con dinero. Humildad y confianza en sí mismo, valentía y bondad, fuerza y delicadeza; tales son sus regalos al navegante.
Y hay otros, demasiado numerosos para mencionarlos, largas, apacibles horas soleadas flotando en la calma silenciosa; agitadas, salpicadoras cabalgatas ciñendo al viento con el trancanil bajo el agua; la luz descompuesta en colores en el polvillo de agua suspendido en lo alto; la humeante estela tras de uno; tensas, duras batallas con afanosas e ingeniosas rachas, cuando debemos defendernos con la escota y el timón, parar cualquier estocada y embestida de nuestro borrascoso enemigo. Y el triunfo!

Esa punta rocosa que doblamos después de larga lucha con la corriente. Es nuestro; nos lo hemos ganado. La recalada con cerrazón de niebla que se lleva a cabo, sin ningún indicio, haia la boya; esto es mejor que la solución de la más ingeniosa novela de misterio. El cañonazo que anuncia nuestra victoria cuando cruzamos los primeros la meta en una empeñada regata, suena a música divina. El dulce calor de la cámara, una milla adentro del mar frío y gris, es el más confortable de los hogares.

Mar afuera, cuando estamos en nuestro elemento, solos con nuestro barco y las estrellas, las pequeñas molestias de la vida en la costa se reducen rápidamente a su proporciones verdaderas.
Y el deporte del navegante nunca termina. Tanto disfrutan de él los viejos como los jóvenes. Está con uno tanto en invierno como en verano, pues el hielo y la nieve no oponen barrera alguna a los sueños y a los planes. Una embarcación mayor, un cambio en el aparejo, una nueva carena, una mejora aquí o allá, el proyecto de nuevos cruceros; ésta es la navegación invernal.
Nunca se acaba de aprender. Aunque viviéramos mil años no podríamos conocerlo todo. El arte de la navegación es tan antiguo como la Humanidad y tan nuevo como el balandro que ciñe.”

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Parabéns ao comandante Antonio Joaquim Machado por ter “desenclavado” esta pérola!

Abraço,

Aldo Tedesco

 

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